miércoles, 8 de abril de 2015

Mi recordatorio

La Fórmula 1 es un deporte extremo y peligroso. Aunque nos acostumbremos al peligro, nada puede dejarse al azar. Hasta el factor de riesgo más controlado puede ser letal. Estamos acostumbrados a ver accidentes espectaculares de los que el piloto sale ileso y se va caminando por su propio pie. 

No se puede bajar la guardia.

Aún recuerdo el GP de Bélgica del año 2012 cuando Romain Grosjean pasó con su coche por encima del de Fernando Alonso. Sólo una pequeña distancia separó el coche de la cabeza de Fernando. Aquella mínima separación fue cuestión de suerte.

Toda la suerte que le faltó a este deporte el año pasado. 5 de octubre de 2014. El GP de Japón fue un día triste. No hubo sonrisas ni en el podium ni en ninguna parte. Por un momento, el mundial de Fórmula 1, las carreras y todo lo que les rodea se volvió insignificante. Ya hace más de seis meses que Jules Bianchi lucha por despertarse del sueño en el que se encuentra por culpa de aquel golpe. Yo nunca me había fijado demasiado en este piloto. Sólo recordaba la alegría de unos meses antes cuando Jules puntuó en Mónaco quedando noveno. Los primeros puntos de la historia del equipo Marussia. No pude evitar llorar. ¿Por qué lloraba? No lo conocía, casi no había reparado en él. Pero daba igual, lloraba de rabia. Rabia por ver como en décimas de segundo se pueden truncar sueños, vidas, esperanzas... Lloraba porque era injusto. Lloraba porque su pasión le había llevado a esta situación. Lloraba porque en décimas de segundo mi visión de la Fórmula 1 había cambiado.

Lloraba porque... la suerte nos abandonó aquel día.

#ForzaJules


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